Y un
día te haces padre.
Por
Román Alexis Huertas Montoya
Soy de esa generación que no tenía
por buen habito planificar la familia,
como digo yo, soy de “la
paternidad espontanea”, de esos hombres que siguiendo la historia bíblica, tal
y como le paso a José; un día cualquiera
amaneció y le llego la noticia de boca de su pareja que ella estaba embarazada,
que ese hijo era suyo y que iba a ser padre. Pues bien, como muchos esa también
es mi historia.
En mi caso y para ese tiempo era
solo un muchacho cuya única responsabilidad era sobrevivir y pretendía terminar sus estudios universitarios, y de un
momento a otro la cosa cambio… seria padre. Bien puedo escribir todas las vicisitudes
de lo que implicó para un hombre joven de mi generación ese acomodarse a la condición
del embarazo, pero esa es otra historia.
En esta oportunidad la historia
arranca un domingo 18 de junio de 2020 (día del padre) cuando ya entrada la
noche y tras casi 15 horas de trabajo de parto un médico en la mitad de un pasillo de la clínica me
llama y me dice: “nació un varón, usted es papá”. La alegría desbordante propia del momento, sumada a la inexperiencia en el
cargo y la evidente poca practica reflexiva masculina de mi generación, no me
permitieron entender todo lo que implicaría en mi vida esas dos frases… “nació
varón”….”usted es papá”.
A las pocas horas el “usted es
papá” fue materializándose en decisiones que como hombre de la familia debía tomar, no solo sobre mi hijo, también sobre
la madre, a cada interrogante que surgía frente a la alimentación, el traslado,
las visitas, las adecuaciones locativas en el lugar de la vivienda, el tiempo de sueño, de ocio, de trabajo, el
nombre de la cría… siempre recaían sobre mi la miradas de todos y todas,
esperando mi última palabra. En cada una de estas escenas fui entendiendo que el
hacerme papá era valorado por los demás como el ratificarme hombre, en cada decisión
me envestía desde su juicio un manto de poder y me sentía medido en su escala
de autoridad. Y debo reconocer que para ese momento, pase de ser el chico
universitario desprevenido que cuestionaba en la plaza de la universidad pública las lógica del poder y de la
autoridad, que entendía, hacen de la opresión del diario vivir de los pueblos a
manos de las elites que se abrogan el derechos a decidir sobre ellos. Y empezar
a sentir que al convertirme en padre yo mismo empezaba a encarnar las lógicas del
poder y de la autoridad, y que eso de decidir por otro/a me hinchaba el pecho
desde la hombría que se me señalaba.
Afortunadamente para mí, de la
misma manera que empecé a sentir y hacer
uso de los privilegios del “pater-familias” en el poder y la autoridad, también me di a la
tarea de asumir de manera consiente las implicaciones de las responsabilidades
adjuntas con el nuevo rol. Entonces, el asumirse padre era de plano instalarse
en el rol del proveedor material, creo que eso por primera vez en la vida me hizo
sentir miedo de ser hombre. En aquella época
como lo mencioné, yo era solo un
muchacho que jugaba a sobrevivir siendo “solo” y donde con una postura algo “anarka”
me permitía establecer un estilo de vida que me argumentaba y tranquilizaba mi
realidad económica… históricamente precaria y desde la cuna del proletariado
explotado. Pero ser padre era enfrentarse a la tarea de garantizar el bienestar
de ese hijo y de esa madre, era como cerrar el pacto histórico del patriarca en
el marco del sistema capitalista…. Yo decido sobre lo que es de mi
propiedad, Mi hijo y Mi mujer, “los que
yo mantengo me obedecen”.
Que difícil fue para mí sobre
llevar estas cosas del “usted es papá”, eran situaciones que me incomodaban,
siempre me resiste a ese tipo de jerarquías estando en la base de la piramide,
y de repente como por arte de magia o mejor como consecuencia de un parto me
iba instalando sobre otros; y aquellos
que yo señalaba por su pésimo ejercicio de la autoridad y el poder (según yo)
ahora me veían como igual, se vanagloriaban de servirme de ejemplo… “porque míreme
a mí, yo empecé como usted y vea que
saque esta familia adelante”… eso me decían, y en cada uno de esos comentarios yo me escondía,
porque yo no quería ser como ellos.
Pero la vida, el destino, me tenía
una fórmula secreta que podía poner a jugar a mi favor, esa fórmula
curiosamente estaba resguardada en la otra frase “nació varón”. Sin saberlo
allí estaba la posibilidad de materializar o romper el pacto del patriarca propuesto en “usted es
papa”. Y es que claro mi hijo era un varón, el primogénito de mi linaje
familiar, la extensión de mi precario abolengo.
Ese niño sin quererlo me llevaba a la praxis misma de mis discursos, a
evidenciar mi inconformidad con el rol preestablecido, a materializar los nuevos discursos que se
gestaban en mi siendo hombre y ahora padre.
El hijo aún no lo sabe y tal vez no sea consiente de todo lo que su
existencia me permitió reformular en mi vida, desde la misma paradoja de
hacerme padre el día del padre de ese año 2000; para luego llevarme a revindicar
el ser proveedor, cuando asumí que más que bienes materiales debía
nutrir al hijo con experiencias de vida que le alimentaran el espíritu y lo
humano, que su linaje no sería mi ínfimo poder y autoridad, si no su potencial sensibilidad
ante la vida que durante el trayecto de la existencia estaría en mi labor
dimensionar.
Pensarme en resignificar el papel el proveedor en
relación con el hijo, fue mi tabla de salvación, esa que me permitió incomodar
a los otros que me decían con tono casi
desafiante que ahora si era un hombre y que debía seguir el patrón que ellos
encarnaban. Pues no, mi apuesta sería otra, pondría a jugar a favor de mi transformación la autoridad y el poder
del padre que me envestía y era mi decisión de padre que empezaría a plantearme el reto de ser proveedor
emocional y de afecto y que como
referente de masculinidad para ese varón que era el hijo, me convertiría en un
hombre diferente, que cerraría sus oídos
a los mandatos de la masculinidad tradicional, que se disponía a cerrar los
ojos para no leer y desobedecer el libreto que la sociedad tenia escrito para mí
como padre.
Es así
como un día 18 de junio del 2000 me hice padre y nació en mi la posibilidad de resignificar
mi existencia como hombre, se empezó a delinear para mi la silueta de otra
masculinidad posible, la misma que unos años después, el 27 de febrero de 2002; empezó a cobrar color cuando ya siendo padre
de un varón me hice padre de una hija… y si el hijo me hizo pensar en que podía
ser un hombre diferente, ella, la hija, me regalaría la posibilidad de que emergiera
desde esa masculinidad la dimensión de la humanidad que estaba acallada en mi ser hombre, conciliándome con
la ternura del cuidado y llevándome de la mano a entender el mundo femenino que
estaba dispuesto para ella y había sido negado para mi… pero esa puede ser otra
historia.