sábado, junio 13, 2020

COVID 19 la puntada que le permite hilvanar a los hombres una revolución desde el mundo de lo doméstico


COVID 19 la puntada que le permite hilvanar a los hombres una revolución desde el mundo de lo doméstico.

Por Román Alexis Huertas Montoya




¿Es esta pandemia mundial, el evento crucial que puede marcar la revolución de lo doméstico desde los hombres?

Sin lugar a dudas el episodio histórico que deriva de la aparición del Covid 19 en el mundo trae consigo un remesón para la humanidad y todos sus constructos.  Con la llegada del virus fue posible evidenciar las falacias que veníamos disfrazando de progreso y se pudo desnudar la miseria que hemos vestido de desarrollo. El hambre creciendo en América Latina y el Caribe,  cuando en 2018 llegó a afectar a 42,5 millones de personas, el 6,5% de la población regional  (FAO, FIDA, OMS, PMA, & UNICEF, 2019). Siguiendo la tendencia al alza que se registra desde 2015 en América Latina, un 30,1% de la población de la región se encontraba bajo la línea de pobreza en 2018, mientras que un 10,7% vivía en situación de pobreza extrema, tasas que aumentarían a 30,8% y 11,5%, respectivamente, en 2019, según las proyecciones de la CEPAL. Por último, si bien el gasto social aumentó de 10,3% a 11,3% del PIB entre 2011 y 2018, alcanzando a 52,5% del gasto público total, resulta inquietante constatar que justamente aquellos países que enfrentan mayores desafíos para cumplir las metas de la Agenda 2030, son los que presentan niveles más bajos de gasto social. (NU. CEPAL, 2019) 

Avances tecnológicos, lenguajes técnicos, indicadores, dimensiones, calificaciones, umbrales, una suerte de artilugios que han servido para “entallar”  ese vestido del progreso y el desarrollo  que le hemos puesto a la miseria humana. Un vestido cuyo sastre hemos sido los hombres, y se diseñó a la medida del patriarca y con los adornos del machismo, donde debemos reconocer que ha sido confeccionado con las telas de la desigualdad, el ropaje necesario para cubrir las brechas y las violencias que permiten hacer gala y  darle largas a la dominación masculina.  Las mujeres ganan 17% menos que los hombres por hora trabajada y aunque han aumentado su presencia en el mercado laboral, aún están lejos de la igualdad. “El problema de las brechas de género está asociado al de la pobreza”, las desigualdades son más pronunciadas entre el 20% de trabajadores de ingresos más bajos, o entre los autoempleados rurales. 
“El grueso del trabajo de cuidado de personas en el mundo es realizado por cuidadoras y cuidadores no remunerados, en su mayoría mujeres y niñas pertenecientes a grupos socialmente desfavorecidos”. Esto obliga a las trabajadoras a buscar flexibilidad en sus arreglos laborales, y “tienden a tomar empleos en inferioridad de condiciones frente a los hombres y con un menor poder de negociación”. (OIT, 2019)

Esta pandemia pone de frente un debate moral sobre la vida y la productividad, es  imposible no sentirse en medio del desfile del emperador del famoso cuento de Hans Christian Andersen, donde hemos aplaudido por décadas la deshumanización de nuestras sociedades, la precarización de nuestra cultura por el miedo de ser tachados como ignorantes al ir en contravía del ropaje del individualismo, las calzas de la competitividad, las casacas de la acumulación  y los mantos del progreso, que lleva nuestro emperador soberbio y arrogante, “el capitalismo”.  Y donde hoy el COVID, es ese niño del cuento de Andersen que nos muestra la desnudes del emperador y nos sintoniza ya no con esos aplausos pero si con cacerolazos, para cuestionar si seguimos “viendo” en ese ropaje el traje del futuro, o si debemos aventurarnos a ser los modistos de un nuevo atuendo con hilos de cooperativismo, botones de solidaridad y amarres de lo colectivo. 

Hoy debemos preguntarnos: ¿se agotó la certeza del hombre como sastre de nuestra sociedad? ¿Seremos los hombres y la sociedad en general capaces de asumir con coherencia los nuevos hilos del sastre? Finalmente la incertidumbre del ahora mundo global confinado por la pandemia, lleva a los hombres al encierro, deshabitando lo público y con ello al reencuentro con lo privado, lo doméstico,  resultando ser esto un motor para esta generación que vive el fenómeno desde un activismo virtual que se pronuncia para promulgar nuevos comportamientos, renegociar acuerdos de familia y pareja, y confrontando el salvaje mundo estructural de la economía y la política, a sabiendas que no tenemos nada, ni siquiera miedo, y que en virtud de la virtualidad ahora reinante se pueden dejar de lado algunas  (si no muchas) diferencias de clase, de distanciamiento generacional.  Entendiendo que si la vida misma está en juego por un virus, todo se puede desafiar con el fin de reconfigurar la sociedad y que eso pasa por interpelar al sastre y preguntar qué es ser hombre en medio de la sobrevivencia de la especie, en el inmediato y necesario coexistir en medio de la pandemia 

Al vernos enfrentados al confinamiento por causa de la pandemia, los hombres hemos tenido que replantearnos los significados de la crianza, del bienestar, del cuidado, de la mutua dependencia en la convivencia y del poder que trae implícito lo doméstico. Es como si el mundo, el destino y la misma naturaleza nos permitiera darle vuelta a nuestra prepotencia masculina, al significado de nuestro ser social, llevándonos de ser los  sastres del mundo, la cultura, la política y la economía,  a ser los humildes modistos de nuestro posible buen vivir en nuestra casa, con la familia, la pareja, los hijos y las hijas.   

La trampa del emperador que hemos vestido por siglos sigue presente y se materializa en la idea de que esto va a volver a la normalidad, de seguir aplaudiendo una reactivación del mismo modo de ver el vestido que cubre nuestra miseria humana, disfrazando el sin futuro desde las migajas de sobrevivencia que deja caer el emperador para el pueblo. 

El COVID 19 nos regalo un momento para que múltiples luchas,  cual botones del mismo traje encontraran que sus diversas necesidades son reducidas y sometidas en los mismos  ojales que diseño el mismo sastre del patriarcado y el capitalismo. A los hombres nos permitió evidenciar que en nuestras manos está la capacidad de determinar que el patrón de nuestro propio corte debe tener nuevos colores, que desde lo simple en lo doméstico nos lleve a lo complejo de lo estructural, reinventando el traje, el sastre y a la humanidad que se viste.  

La virtualidad en el confinamiento nos hizo sentir que la globalización es también capaz de juntar a los hombres en sintonía con la esperanza, la alegría, la voluntad por el cambio, donde el encierro nos abrió al mundo interior, al mundo doméstico,  al tejido con otras luchas, sin idiomas, quitándole puntadas a los privilegios y generando amarres por la igualdad desde las necesidades.

Utilizando la jerga del modisto, el hilvanar responde a unir temporalmente las piezas de un vestido para ser probadas y luego coserlas. Así mismo está pandemia a los hombres nos permite hilvanar  y de  manera temporal juntar las incomodidades que obedecen a la masculinidad tradicional, las nuevas conexiones con la vida representadas en el mundo doméstico de la crianza y el cuidado. Un asomo experimental de la revolución posible que estamos en capacidad de gestar los hombres solo si logramos entender que en lo doméstico, desde nuestro rol, podemos ser agentes de la transformación al renegociar las responsabilidades y desvirtuar los privilegios que se nos asignaron por nuestro sexo,  y al ser representantes del sastre que viste al emperador. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

El COVID nos puso a pensar, hablar y valorar el cuidado