domingo, junio 21, 2020

Y un día te haces papá



Y un día te haces padre.
Por Román Alexis Huertas Montoya




Soy de esa generación que no tenía por buen habito planificar la familia,  como digo yo, soy  de “la paternidad espontanea”, de esos hombres que siguiendo la historia bíblica, tal y como le paso a José;  un día cualquiera amaneció y le llego la noticia de boca de su pareja que ella estaba embarazada, que ese hijo era suyo y que iba a ser padre. Pues bien, como muchos esa también es mi historia. 

En mi caso y para ese tiempo era solo un muchacho cuya única responsabilidad era sobrevivir y pretendía  terminar sus estudios universitarios, y de un momento a otro la cosa cambio… seria padre. Bien puedo escribir todas las vicisitudes de lo que implicó para un hombre joven de mi generación ese acomodarse a la condición del embarazo, pero esa es otra historia.

En esta oportunidad la historia arranca un domingo 18 de junio de 2020 (día del padre) cuando ya entrada la noche y tras casi 15 horas de trabajo de parto un médico  en la mitad de un pasillo de la clínica me llama y me dice: “nació un varón, usted es papá”.  La alegría desbordante propia  del momento, sumada a la inexperiencia en el cargo y la evidente poca practica reflexiva masculina de mi generación, no me permitieron entender todo lo que implicaría en mi vida esas dos frases… “nació varón”….”usted es papá”.

A las pocas horas el “usted es papá” fue materializándose en decisiones que como hombre de la familia  debía tomar, no solo sobre mi hijo, también sobre la madre, a cada interrogante que surgía frente a la alimentación, el traslado, las visitas, las adecuaciones locativas en el lugar de la vivienda,  el tiempo de sueño, de ocio, de trabajo, el nombre de la cría… siempre recaían sobre mi la miradas de todos y todas, esperando mi última palabra. En cada una de estas escenas fui entendiendo que el hacerme papá era valorado por los demás como el ratificarme hombre, en cada decisión me envestía desde su juicio un manto de poder y me sentía medido en su escala de autoridad. Y debo reconocer que para ese momento, pase de ser el chico universitario desprevenido que cuestionaba en la plaza de la universidad  pública las lógica del poder y de la autoridad, que entendía, hacen de la opresión del diario vivir de los pueblos a manos de las elites que se abrogan el derechos a decidir sobre ellos. Y empezar a sentir que al convertirme en padre yo mismo empezaba a encarnar las lógicas del poder y de la autoridad, y que eso de decidir por otro/a me hinchaba el pecho desde la hombría que se me señalaba.

Afortunadamente para mí, de la misma manera que empecé a sentir  y hacer uso de los privilegios del “pater-familias”  en el poder y la autoridad, también me di a la tarea de asumir de manera consiente las implicaciones de las responsabilidades adjuntas con el nuevo rol. Entonces, el asumirse padre era de plano instalarse en el rol del proveedor material, creo que eso por primera vez en la vida me hizo sentir miedo de ser hombre.  En aquella época como lo mencioné,  yo era solo un muchacho que jugaba a sobrevivir siendo “solo” y donde con una postura algo “anarka” me permitía establecer un estilo de vida que me argumentaba y tranquilizaba mi realidad económica… históricamente precaria y desde la cuna del proletariado explotado. Pero ser padre era enfrentarse a la tarea de garantizar el bienestar de ese hijo y de esa madre, era como cerrar el pacto histórico del patriarca en el marco del sistema capitalista…. Yo decido sobre lo que es de mi propiedad,  Mi hijo y Mi mujer, “los que yo mantengo me obedecen”.

Que difícil fue para mí sobre llevar estas cosas del “usted es papá”, eran situaciones que me incomodaban, siempre me resiste a ese tipo de jerarquías estando en la base de la piramide, y de repente como por arte de magia o mejor como consecuencia de un parto me iba instalando sobre otros;  y aquellos que yo señalaba por su pésimo ejercicio de la autoridad y el poder (según yo) ahora me veían como igual, se vanagloriaban de servirme de ejemplo… “porque míreme a mí,  yo empecé como usted y vea que saque esta familia adelante”… eso me decían,  y en cada uno de esos comentarios yo me escondía, porque yo no quería ser como ellos.

Pero la vida, el destino, me tenía una fórmula secreta que podía poner a jugar a mi favor, esa fórmula curiosamente estaba resguardada en la otra frase “nació varón”. Sin saberlo allí estaba la posibilidad de materializar o romper  el pacto del patriarca propuesto en “usted es papa”. Y es que claro mi hijo era un varón, el primogénito de mi linaje familiar, la extensión de mi precario abolengo.  Ese niño sin quererlo me llevaba a la praxis misma de mis discursos, a evidenciar mi inconformidad con el rol preestablecido,  a materializar los nuevos discursos que se gestaban en mi siendo hombre y ahora padre.  El hijo aún no lo sabe y tal vez no sea consiente de todo lo que su existencia me permitió reformular en mi vida, desde la misma paradoja de hacerme padre el día del padre de ese año 2000; para luego llevarme a revindicar  el ser proveedor,  cuando asumí que más que bienes materiales debía nutrir al hijo con experiencias de vida que le alimentaran el espíritu y lo humano, que su linaje no sería mi ínfimo poder y autoridad, si no su potencial sensibilidad ante la vida que durante el trayecto de la existencia estaría en mi labor dimensionar.

Pensarme  en resignificar el papel el proveedor en relación con el hijo, fue mi tabla de salvación, esa que me permitió incomodar a los otros  que me decían con tono casi desafiante que ahora si era un hombre y que debía seguir el patrón que ellos encarnaban. Pues no, mi apuesta sería otra, pondría a jugar a favor  de mi transformación la autoridad y el poder del padre que me envestía y era mi decisión de padre que  empezaría a plantearme el reto de ser proveedor  emocional y de afecto y que como referente de masculinidad para ese varón que era el hijo, me convertiría en un hombre diferente,  que cerraría sus oídos a los mandatos de la masculinidad tradicional, que se disponía a cerrar los ojos para no leer y desobedecer el libreto que la sociedad tenia escrito para mí como padre.

Es así como un día 18 de junio del 2000 me hice padre y nació en mi la posibilidad de resignificar mi existencia como hombre, se empezó a delinear para mi la silueta de otra masculinidad posible, la misma que unos años después, el 27 de febrero de 2002;  empezó a cobrar color cuando ya siendo padre de un varón me hice padre de una hija… y si el hijo me hizo pensar en que podía ser un hombre diferente,  ella, la hija,  me regalaría la posibilidad de que emergiera desde esa masculinidad la dimensión de la  humanidad que estaba  acallada en mi ser hombre, conciliándome con la ternura del cuidado y llevándome de la mano a entender el mundo femenino que estaba dispuesto para ella y había sido negado para mi… pero esa puede ser otra historia.            

sábado, junio 13, 2020

COVID 19 la puntada que le permite hilvanar a los hombres una revolución desde el mundo de lo doméstico


COVID 19 la puntada que le permite hilvanar a los hombres una revolución desde el mundo de lo doméstico.

Por Román Alexis Huertas Montoya




¿Es esta pandemia mundial, el evento crucial que puede marcar la revolución de lo doméstico desde los hombres?

Sin lugar a dudas el episodio histórico que deriva de la aparición del Covid 19 en el mundo trae consigo un remesón para la humanidad y todos sus constructos.  Con la llegada del virus fue posible evidenciar las falacias que veníamos disfrazando de progreso y se pudo desnudar la miseria que hemos vestido de desarrollo. El hambre creciendo en América Latina y el Caribe,  cuando en 2018 llegó a afectar a 42,5 millones de personas, el 6,5% de la población regional  (FAO, FIDA, OMS, PMA, & UNICEF, 2019). Siguiendo la tendencia al alza que se registra desde 2015 en América Latina, un 30,1% de la población de la región se encontraba bajo la línea de pobreza en 2018, mientras que un 10,7% vivía en situación de pobreza extrema, tasas que aumentarían a 30,8% y 11,5%, respectivamente, en 2019, según las proyecciones de la CEPAL. Por último, si bien el gasto social aumentó de 10,3% a 11,3% del PIB entre 2011 y 2018, alcanzando a 52,5% del gasto público total, resulta inquietante constatar que justamente aquellos países que enfrentan mayores desafíos para cumplir las metas de la Agenda 2030, son los que presentan niveles más bajos de gasto social. (NU. CEPAL, 2019) 

Avances tecnológicos, lenguajes técnicos, indicadores, dimensiones, calificaciones, umbrales, una suerte de artilugios que han servido para “entallar”  ese vestido del progreso y el desarrollo  que le hemos puesto a la miseria humana. Un vestido cuyo sastre hemos sido los hombres, y se diseñó a la medida del patriarca y con los adornos del machismo, donde debemos reconocer que ha sido confeccionado con las telas de la desigualdad, el ropaje necesario para cubrir las brechas y las violencias que permiten hacer gala y  darle largas a la dominación masculina.  Las mujeres ganan 17% menos que los hombres por hora trabajada y aunque han aumentado su presencia en el mercado laboral, aún están lejos de la igualdad. “El problema de las brechas de género está asociado al de la pobreza”, las desigualdades son más pronunciadas entre el 20% de trabajadores de ingresos más bajos, o entre los autoempleados rurales. 
“El grueso del trabajo de cuidado de personas en el mundo es realizado por cuidadoras y cuidadores no remunerados, en su mayoría mujeres y niñas pertenecientes a grupos socialmente desfavorecidos”. Esto obliga a las trabajadoras a buscar flexibilidad en sus arreglos laborales, y “tienden a tomar empleos en inferioridad de condiciones frente a los hombres y con un menor poder de negociación”. (OIT, 2019)

Esta pandemia pone de frente un debate moral sobre la vida y la productividad, es  imposible no sentirse en medio del desfile del emperador del famoso cuento de Hans Christian Andersen, donde hemos aplaudido por décadas la deshumanización de nuestras sociedades, la precarización de nuestra cultura por el miedo de ser tachados como ignorantes al ir en contravía del ropaje del individualismo, las calzas de la competitividad, las casacas de la acumulación  y los mantos del progreso, que lleva nuestro emperador soberbio y arrogante, “el capitalismo”.  Y donde hoy el COVID, es ese niño del cuento de Andersen que nos muestra la desnudes del emperador y nos sintoniza ya no con esos aplausos pero si con cacerolazos, para cuestionar si seguimos “viendo” en ese ropaje el traje del futuro, o si debemos aventurarnos a ser los modistos de un nuevo atuendo con hilos de cooperativismo, botones de solidaridad y amarres de lo colectivo. 

Hoy debemos preguntarnos: ¿se agotó la certeza del hombre como sastre de nuestra sociedad? ¿Seremos los hombres y la sociedad en general capaces de asumir con coherencia los nuevos hilos del sastre? Finalmente la incertidumbre del ahora mundo global confinado por la pandemia, lleva a los hombres al encierro, deshabitando lo público y con ello al reencuentro con lo privado, lo doméstico,  resultando ser esto un motor para esta generación que vive el fenómeno desde un activismo virtual que se pronuncia para promulgar nuevos comportamientos, renegociar acuerdos de familia y pareja, y confrontando el salvaje mundo estructural de la economía y la política, a sabiendas que no tenemos nada, ni siquiera miedo, y que en virtud de la virtualidad ahora reinante se pueden dejar de lado algunas  (si no muchas) diferencias de clase, de distanciamiento generacional.  Entendiendo que si la vida misma está en juego por un virus, todo se puede desafiar con el fin de reconfigurar la sociedad y que eso pasa por interpelar al sastre y preguntar qué es ser hombre en medio de la sobrevivencia de la especie, en el inmediato y necesario coexistir en medio de la pandemia 

Al vernos enfrentados al confinamiento por causa de la pandemia, los hombres hemos tenido que replantearnos los significados de la crianza, del bienestar, del cuidado, de la mutua dependencia en la convivencia y del poder que trae implícito lo doméstico. Es como si el mundo, el destino y la misma naturaleza nos permitiera darle vuelta a nuestra prepotencia masculina, al significado de nuestro ser social, llevándonos de ser los  sastres del mundo, la cultura, la política y la economía,  a ser los humildes modistos de nuestro posible buen vivir en nuestra casa, con la familia, la pareja, los hijos y las hijas.   

La trampa del emperador que hemos vestido por siglos sigue presente y se materializa en la idea de que esto va a volver a la normalidad, de seguir aplaudiendo una reactivación del mismo modo de ver el vestido que cubre nuestra miseria humana, disfrazando el sin futuro desde las migajas de sobrevivencia que deja caer el emperador para el pueblo. 

El COVID 19 nos regalo un momento para que múltiples luchas,  cual botones del mismo traje encontraran que sus diversas necesidades son reducidas y sometidas en los mismos  ojales que diseño el mismo sastre del patriarcado y el capitalismo. A los hombres nos permitió evidenciar que en nuestras manos está la capacidad de determinar que el patrón de nuestro propio corte debe tener nuevos colores, que desde lo simple en lo doméstico nos lleve a lo complejo de lo estructural, reinventando el traje, el sastre y a la humanidad que se viste.  

La virtualidad en el confinamiento nos hizo sentir que la globalización es también capaz de juntar a los hombres en sintonía con la esperanza, la alegría, la voluntad por el cambio, donde el encierro nos abrió al mundo interior, al mundo doméstico,  al tejido con otras luchas, sin idiomas, quitándole puntadas a los privilegios y generando amarres por la igualdad desde las necesidades.

Utilizando la jerga del modisto, el hilvanar responde a unir temporalmente las piezas de un vestido para ser probadas y luego coserlas. Así mismo está pandemia a los hombres nos permite hilvanar  y de  manera temporal juntar las incomodidades que obedecen a la masculinidad tradicional, las nuevas conexiones con la vida representadas en el mundo doméstico de la crianza y el cuidado. Un asomo experimental de la revolución posible que estamos en capacidad de gestar los hombres solo si logramos entender que en lo doméstico, desde nuestro rol, podemos ser agentes de la transformación al renegociar las responsabilidades y desvirtuar los privilegios que se nos asignaron por nuestro sexo,  y al ser representantes del sastre que viste al emperador.